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TRILOGÍA ANIMADA

Se dice que fue Pablo Picasso quien inauguró la técnica del collage al pegar un pedazo de hule con diseño de esterilla y una cuerda a manera de marco en una pintura ovalada. Desde entonces el campo pictórico ha sufrido mil transformaciones, y la contienda continúa. Técnicamente Patricia Linenberg no hace collage, pues nada pega en sus pinturas, sin embargo logra una transmutación inédita, un collage virtual e irreal, pues se “pegan” tanto imágenes en movimiento como sonidos. La pintura se convierte en pantalla sin perder su condición de campo pictórico; así como el collage introduce lo real en la representación, Linenberg introduce la virtualidad en la realidad representada. El color, la escena y los personajes de la pintura se intensifican con la proyección. Un soporte tradicionalmente estático como la pintura se dinamiza, no como ya lo habían hecho los artistas del cinético y el op, sino de una forma mucho más tecnológica. Más allá de la novedad técnica, cada una de las pinturas logra transmitir una historia y un cúmulo de sensaciones. Cada uno de las “pinturas animadas” (si es que cabe el término) es una minúscula sala de cine donde sucede una pequeña historia.

En Biblioteca se cruzan las teorías de los mundos paralelos; de una escena casi doméstica en la habitación de una casa se pasa a una estructura geométrica hexagonal que evoca las fantasías literarias de Jorge Luis Borges y hasta ciertas escenas de la película de ciencia ficción Interstellar. Por efecto del mapping el color local del cuadro sufre mutaciones constantes, se intensifica, se oscurece y se ilumina.

En Teatro la escena se ubica en el interior de una sala lírica, se introduce la dimensión del tiempo narrativo, los músicos comienzan a afinar, las luces se apagan, el rostro de una mujer se llena de emociones y comienza a irradiar luz, la música es protagonista y motor. No es la musicalidad a la que aspiraba Vasili Kandinsky con sus ritmos de forma y color, la música es real y no metafórica, Patricia logra recrear la atmósfera comunitaria que se da en un concierto entre los músicos y su público. La figura de los músicos no está presente en el cuadro pues el acento se pone en la recepción, en ese rostro que parece temblar de emoción.

En Bosque, una silueta femenina ingresa a un ambiente amplio con un gran ventanal. Esta mujer se sitúa en el centro de la escena, mira hacia abajo y mágicamente aparece un reflejo acuoso, como un espejo que le pide que se detenga a “reflexionar”, a mirar hacia adentro. Poco después levanta la mirada y apunta al exterior, entonces aparecen y desaparecen, mutan y transmutan algunos árboles, esos viejos axis mundi, que unen el cielo con la tierra cuando hunden sus raíces en lo profundo y levantan su copa a lo alto. Aquel ventanal se desvanece progresivamente y deja que la mujer acceda al bosque como si la estuviera esperando desde siempre, se funde con el paisaje como si fuera su destino natural. “Lo que es arriba es abajo, y lo que es abajo es arriba”, enunciaba la primera ley de la Tabla Esmeralda de los alquimistas, y de ahí se desprende que lo que es adentro es afuera, como lo que es afuera es adentro; logra una unio mystica, supera las barreras del yo para integrarse a un Todo superior.

En estas obras de Patricia Linenberg hay novedad técnica, y mucho más; con un recurso innovador pone en acción la superficie inerte del cuadro, para contar historias en las que se conjugan sus historias personales con una sensibilidad universal.

Julio Sánchez

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